
JORGE DIAZ GARCIA
Juan todavía no ha apagado el motor. Siempre me dice que le viene bien al coche. Las estrellas parecían expectantes a nuestros movimientos. Sentado en un todo terreno y con el respaldo tumbado por completo me disponía a encenderme el tercer porro. Primero pulso la llave del gas y con el dedo de la otra mano giro la piedra. La llama se enciende a la primera y un gesto de felicidad se distingue en mi mirada. La llama se tumba cuando lo acerco al porro como si quisiera advertirme de que no debería hacer eso.
Hacia frío, y los cristales impedían que los árboles cotillearan el interior. La sonrisa llego a mi rostro antes de que mi espalda llegara a tocar el respaldo. Cerré los ojos y tumbado arriesgando mi vida di una calada al porro. Juan se inclino y puso un disco. El humo bailaba con la música a ritmo de un tranquilo blues. Abro los ojos lentamente por que algo me esta tocando la pierna. Una mano ofreciendo un porro me observa dormilona. Levanto levemente mi mano y le hago saber que ya tengo el mío encendido.
-¿Qué será de nosotros dentro de veinte años? La pregunta de Juan empezaba a retumbar en mi cabeza y ahora me sentía intranquilo, como si no me estuviera preparando para un futuro y estuviera quemando mi vida como el porro que sostenía entre mis dedos.
Una cariñosa música llamaba a mi puerta como si quisiera darme los buenos días. Juan había puesto blue train para que lo escucharan en alta mar. Sonriendo apoyo la cabeza en el marco de la puerta y veo como Juan parece tocar con John Coltrane. Mueve sus dedos como si tuviera la mano de Coltrane en cima e intentara enseñarle las notas. Asustado por mi risa se gira con los ojos mas abiertos de lo normal. -¿hoy no se curra o qué pasa? Digo en tono serio para que no se avergüence de la situación. Ríe para que sepa que ha entendido la celada de mi pregunta y parece decirme así que el no se avergüenza de nada. - Hasta las siete no tengo que dar la clase. Me dijo como excusándose. - ¿Comemos algo? Sugerí con algo de guasa. – Ya están hechos los espaguetis. Me dijo mientras apagaba la música y cogía los vasos de la estantería .La batería y la guitarra ya estaban dentro de la furgoneta. Todos los días a las seis de la tarde tocábamos en la playa hasta que estuviésemos empapados en sudor.
El tablero ya estaba en la arena y todavía tenia que poner la moqueta y montar la batería en las marcas. La guitarra de Juan lloraba como si un niño pequeño acabara de nacer mientras él la afinaba. La arena se llenaba de pisadas que el agua parecía intentar borrar. Ya llevábamos tocando más de hora y media. Los últimos despistados solo encontraban sitio a doscientos metros. Ninguna gota de sudor manchaba mi camisa. Todavía quedaba mucho tiempo.
El coche ya estaba arrancado y Juan esperaba el final de la conversación para poner rumbo hasta su casa. El humo ya se había cansado de bailar con el blues y parecía sentado en el asiento trasero. Eran las dos de la mañana y el disco había sonado ya dos veces y se atrevía con una tercera. - ¿no te gustaría que un día tu nieto te pregunte?: ¿Cómo ha sido tu vida? Y que puedas contestarle así.
El reloj de la cocina marcaba las tres de la mañana. Venia de tocar con Juan en casa de su madre. Tenía suerte de vivir dos calles más arriba. Había fumado demasiado y se lo hacia saber a la tableta de chocolate. Cogí una servilleta y un bolígrafo que se sujetaba en la nevera con un imán. Las palabras parecían pelearse por el espacio, algunas intentaban salirse como si no estuvieran a gusto en la servilleta. Pero había seis que parecían mandar sobre las demás. Seis palabras que decían: EN UNA SERVILLETA.
Juan todavía no ha apagado el motor. Siempre me dice que le viene bien al coche. Las estrellas parecían expectantes a nuestros movimientos. Sentado en un todo terreno y con el respaldo tumbado por completo me disponía a encenderme el tercer porro. Primero pulso la llave del gas y con el dedo de la otra mano giro la piedra. La llama se enciende a la primera y un gesto de felicidad se distingue en mi mirada. La llama se tumba cuando lo acerco al porro como si quisiera advertirme de que no debería hacer eso.
Hacia frío, y los cristales impedían que los árboles cotillearan el interior. La sonrisa llego a mi rostro antes de que mi espalda llegara a tocar el respaldo. Cerré los ojos y tumbado arriesgando mi vida di una calada al porro. Juan se inclino y puso un disco. El humo bailaba con la música a ritmo de un tranquilo blues. Abro los ojos lentamente por que algo me esta tocando la pierna. Una mano ofreciendo un porro me observa dormilona. Levanto levemente mi mano y le hago saber que ya tengo el mío encendido.
-¿Qué será de nosotros dentro de veinte años? La pregunta de Juan empezaba a retumbar en mi cabeza y ahora me sentía intranquilo, como si no me estuviera preparando para un futuro y estuviera quemando mi vida como el porro que sostenía entre mis dedos.
Una cariñosa música llamaba a mi puerta como si quisiera darme los buenos días. Juan había puesto blue train para que lo escucharan en alta mar. Sonriendo apoyo la cabeza en el marco de la puerta y veo como Juan parece tocar con John Coltrane. Mueve sus dedos como si tuviera la mano de Coltrane en cima e intentara enseñarle las notas. Asustado por mi risa se gira con los ojos mas abiertos de lo normal. -¿hoy no se curra o qué pasa? Digo en tono serio para que no se avergüence de la situación. Ríe para que sepa que ha entendido la celada de mi pregunta y parece decirme así que el no se avergüenza de nada. - Hasta las siete no tengo que dar la clase. Me dijo como excusándose. - ¿Comemos algo? Sugerí con algo de guasa. – Ya están hechos los espaguetis. Me dijo mientras apagaba la música y cogía los vasos de la estantería .La batería y la guitarra ya estaban dentro de la furgoneta. Todos los días a las seis de la tarde tocábamos en la playa hasta que estuviésemos empapados en sudor.
El tablero ya estaba en la arena y todavía tenia que poner la moqueta y montar la batería en las marcas. La guitarra de Juan lloraba como si un niño pequeño acabara de nacer mientras él la afinaba. La arena se llenaba de pisadas que el agua parecía intentar borrar. Ya llevábamos tocando más de hora y media. Los últimos despistados solo encontraban sitio a doscientos metros. Ninguna gota de sudor manchaba mi camisa. Todavía quedaba mucho tiempo.
El coche ya estaba arrancado y Juan esperaba el final de la conversación para poner rumbo hasta su casa. El humo ya se había cansado de bailar con el blues y parecía sentado en el asiento trasero. Eran las dos de la mañana y el disco había sonado ya dos veces y se atrevía con una tercera. - ¿no te gustaría que un día tu nieto te pregunte?: ¿Cómo ha sido tu vida? Y que puedas contestarle así.
El reloj de la cocina marcaba las tres de la mañana. Venia de tocar con Juan en casa de su madre. Tenía suerte de vivir dos calles más arriba. Había fumado demasiado y se lo hacia saber a la tableta de chocolate. Cogí una servilleta y un bolígrafo que se sujetaba en la nevera con un imán. Las palabras parecían pelearse por el espacio, algunas intentaban salirse como si no estuvieran a gusto en la servilleta. Pero había seis que parecían mandar sobre las demás. Seis palabras que decían: EN UNA SERVILLETA.