Por Alvaro Soto
T odos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros. La historia de Manuel Lobato lo vuelve a demostrar. Gaditano de origen y riojano de adopción, Lobato, que tiene 50 años y es parapléjico, se vio envuelto estas navidades en una historia de pesadilla que ha relatado en sus páginas la edición madrileña de El País. Lobato y su familia querían viajar a Estepona (Málaga) para pasar allí el fin de año, pero en la estación de autobuses de Méndez Álvaro, en Madrid, permanecieron atrapados durante más de un día. ¿El motivo? «Lobato quería viajar con su silla de ruedas en el autobús de la empresa Daibus, del grupo Damas», cuenta el reportaje. Éste no es el medio de transporte que más frecuentemente coge la familia Lobato pero, en esta ocasión, todo parecía distinto, según explica El País. «Normalmente, viajan en tren o en avión, pero se decidió por el autobús interurbano por primera vez porque la empresa prometía. Daibus ofrece el 100% de la flota equipada con plataforma elevadora para el acceso de minusválidos en sillas de ruedas y asegura en su página web que disponen de una plaza para discapacitados por viaje», relata el artículo.
Pero de lo prometido a la realidad va un trecho muy grande. Cuando llegó la hora de montar en el autobús y comenzó a subir gente, el conductor le dijo que «él se quedaba en tierra, que la rampa no funcionaba, que la reserva de su plaza se debía a un fallo humano». Haciendo valer sus derechos, Lobato «se plantó en la parte de atrás del autobús e intentó pararlo para que no saliera». La policía, cogiendo su silla a peso, lo quitó de enmedio, explica el reportaje de El País.
Lobato es uno de los representantes riojanos de la asociación Foro de Vida Independiente, colectivo formado por 800 miembros «que lucha por la visibilidad de su discapacidad». Tras el incidente, el Foro recordó en la misma estación que «el Real Decreto 1544/2007 establece que los autobuses interurbanos deben tener reserva de plazas para discapacitados». Quizá la próxima vez Lobato no tenga que pasar más de 24 horas en los andenes de un intercambiador y su historia no se vuelva a repetir.