Julio Tapia Yagües (Benalmádena, Málaga)
Han salido a la luz pública unas fotografías de las camisetas que suelen lucir los soldados israelíes. En ellas, se pavonean de disparar un cargador contra una niña palestina, nacida por no haberse usado Durex, o de matar dos pájaros de un tiro si te cargas a una embarazada árabe. Y aquí no hay nadie que proteste desde los organismos internacionales, que juzgue a esos militares como lo que son, terroristas de Estado. No sé qué cinismo es mayor, si el de los medios de comunicación por seguir llamando soldados a estos verdugos, o el de los mismos asesinos sin escrúpulos, puesto que presumen de sus carnicerías. Sin embargo, el grupo sionista sigue adoctrinando a la población al controlar estas informaciones manipuladas con los habituales clichés y eufemismos: terrorista el palestino, defensor de la democracia el israelí.
El desarrollo tecnológico de Occidente está basado en la explotación comercial de los países del sur durante los últimos siglos. Hasta hace nada, Europa se consumía entre epidemias y ciudades sin saneamiento ni agua limpia. A partir del siglo XVII, se inicia un esplendor que no surgió por generación espontánea, sino por energías mutiladas a la fuerza y transformadas en mano de obra esclava. Madrid, villa intrascendente, se convirtió en la capital de un imperio donde no se ponía el sol. Hoy, como ayer, los poderosos y su injusticia se perpetúan en la legalidad de lo macabro. La juventud, consciente de alguna forma de tan absurda contradicción histórica, se rebela estallando, a veces con violencia. Nuestra sociedad debe dar una respuesta coherente a tanta desigualdad histórica y actual. Si no procede de esta manera, se arriesga a que le crezcan los enanos y cualquier día acaezca una revuelta sin precedentes. Desde el Sur, levantándose quienes han callado durante siglos e invadiendo multitudinariamente nuestras calles y plazas, donde nuestros jóvenes se unirán al no aceptar la difícil supervivencia en una jungla de arquetipos fosilizados y paralizantes.
Los crímenes institucionales en Gaza o África quedan impunes ante la historia, que nos mirará indiferente cuando le preguntemos cómo perdimos el rumbo. Los jóvenes no temen ya a la autoridad ni la justicia, se ríen de la misma policía como los presuntos asesinos de Marta. Si no enderezamos el rumbo, el timón de este barco lo conduce un neardental que blande al aire la impunidad de su violencia.
Han salido a la luz pública unas fotografías de las camisetas que suelen lucir los soldados israelíes. En ellas, se pavonean de disparar un cargador contra una niña palestina, nacida por no haberse usado Durex, o de matar dos pájaros de un tiro si te cargas a una embarazada árabe. Y aquí no hay nadie que proteste desde los organismos internacionales, que juzgue a esos militares como lo que son, terroristas de Estado. No sé qué cinismo es mayor, si el de los medios de comunicación por seguir llamando soldados a estos verdugos, o el de los mismos asesinos sin escrúpulos, puesto que presumen de sus carnicerías. Sin embargo, el grupo sionista sigue adoctrinando a la población al controlar estas informaciones manipuladas con los habituales clichés y eufemismos: terrorista el palestino, defensor de la democracia el israelí.
El desarrollo tecnológico de Occidente está basado en la explotación comercial de los países del sur durante los últimos siglos. Hasta hace nada, Europa se consumía entre epidemias y ciudades sin saneamiento ni agua limpia. A partir del siglo XVII, se inicia un esplendor que no surgió por generación espontánea, sino por energías mutiladas a la fuerza y transformadas en mano de obra esclava. Madrid, villa intrascendente, se convirtió en la capital de un imperio donde no se ponía el sol. Hoy, como ayer, los poderosos y su injusticia se perpetúan en la legalidad de lo macabro. La juventud, consciente de alguna forma de tan absurda contradicción histórica, se rebela estallando, a veces con violencia. Nuestra sociedad debe dar una respuesta coherente a tanta desigualdad histórica y actual. Si no procede de esta manera, se arriesga a que le crezcan los enanos y cualquier día acaezca una revuelta sin precedentes. Desde el Sur, levantándose quienes han callado durante siglos e invadiendo multitudinariamente nuestras calles y plazas, donde nuestros jóvenes se unirán al no aceptar la difícil supervivencia en una jungla de arquetipos fosilizados y paralizantes.
Los crímenes institucionales en Gaza o África quedan impunes ante la historia, que nos mirará indiferente cuando le preguntemos cómo perdimos el rumbo. Los jóvenes no temen ya a la autoridad ni la justicia, se ríen de la misma policía como los presuntos asesinos de Marta. Si no enderezamos el rumbo, el timón de este barco lo conduce un neardental que blande al aire la impunidad de su violencia.