Los verdaderos antisistema han tomado las cortes,los ayuntamientos, las diputaciones,las televisiones... .

viernes, 18 de septiembre de 2009

Aquí no hay quien viva


Una sociedad en decadencia
La decadencia moral de España se palpa. Aquí no viene al caso la botella medio llena o medio vacía. Aquí hay medición y visión de quienes perciben orden y de quienes perciben avance del caos.
Jaime Richart Para Kaos en la Red

Hay varios modos de medir la decadencia y varias clases de deca­dencia cuando hablamos de culturas, de civilizaciones o de pue­blos. Pero al final todo pasa por el modo de ver las cosas el autor y los signos ob­jetivos más o menos inequívocos que, por orden de priori­da­d haciendo valoraciones, son tangibles. Todo pasa por decidirse a ver el conjunto de la sociedad según una de es­tas dos cosas: orden o des­orden. “El orden es el pla­cer de la razón, el desorden la delicia de la imaginación”, dice Paul Clau­del. “Prefiero la injusticia al desor­den”, decía W. Goethe. La primera idea no tiene fisuras. La segunda es la de un loco por el orden, el orden que él implantaba en Weimar. Pa­rece mentira en un genio: no tuvo en cuenta que no hay mayor desor­den que la injusticia…

Pero es que aquí eso tampoco encaja. Aquí se dan las dos cosas: injusticia y desorden. Se dirá que se legisla mucho. Y así es. Pero un país no es más industrioso y más feliz por que se legisle mucho. Lo es si se cumplen las leyes y todos las asumen como un bien para la co­lectividad. Aquí se legisla mucho, demasiado, pero no sólo no se cumplen en general, es que las normas de menor rango, las au­tonó­micas, están ideadas para hacer la guerra a las de mayor rango. En el ordenamiento jurídico es proverbial y doctrina de los autores que el espíritu de las leyes es lo que importa. Y contra el espíritu se va. Y no sólo la ciudadanía, la que menos porque no está apenas en sus ma­nos hurtarlas, sino el empresariado, la industria, y todas las profesio­nes liberales que tienen algo que ver con ellas. Incluso no las cumplen y las burlan “legalmente” los jueces y tribunales resis­tiéndose a ese espíritu del que hablo. Aquí no hay quien viva, nor­mativamente hablando…

Vivi­mos tiempos en que no hay lugar a dudas de que la socie­dad en ge­neral y el individuo en particular se han decantado ya por la “dèlice de l’imagination”. Bien está, si somos felices los ciudadanos. Pero la cues­tión, luego, está en saber ¿cuánto dura la delicia provi­niente del desor­den sabiendo que todo en la naturaleza tiende al equili­brio y siendo así que cuando no se puede restablecer el equili­brio llega la heca­tombre, la entropía, la extinción o la muerte de la socie­dad o del in­dividuo y antes la del grupo?

Aquí no hay Política, si hablamos de política. No hay Ciencia si habla­mos de ciencia, ni Medicina si hablamos de medicina, ni Jurispru­den­cia si hablamos de derecho y de prudencia... Son imitacio­nes, reme­dos, parodias.

Aquí ni se debate ni se discute. Aquí se practica el comadreo, el chisme y el pasatiempo de lo/as vecindone/as que no teniendo otra cosa que hacer se pasan semanas maquinando bajezas y villanías que luego convierten en insultos a voz en grito.

Eso pasa en el Congreso y fuera del Congreso con los mismos prota­gonistas del Congreso. Pero es que pasa también en las aulas. En to­das partes. Y luego se echan las manos a la cabeza los pa­dres de fa­milia a propósito del botellón, de los sucesos de Pozuelo y de la des­composición rápida del tejido de una sociedad cuyos miem­bros van a la deriva en costumbres, en relajación y en salud mental y de la otra. Los padres de la mayoría están en otra cosa. Sólo despier­tan al hilo del es­cándalo. Pero todos o casi todos se dedican a todo menos a aten­der­les, y estos, los hijos, para colmo, es que no quie­ren que les atiendan pues no les cuadran los consejos de los padres con lo que hacen y sa­ben que hacen. Por encima de todo están pendientes de sus aventuras laborales y sentimenta­les paralelas. La inconsecuencia, pues, es lo que reina, cuando “nosotros”, sus abuelos, nos pasamos gran parte de la vida haciendo todo lo posible por dar ejemplo a sus padres…

Y luego nos quejamos. Y luego di­rán de la enseñanza, de la educa­ción, mala o nula, y de la confianza porque la falta de ella hace resen­tirse el mer­cado. No hay más que echar un vistazo a los periódicos y a cualquier emi­sora de televisión o de radio al azar para darse cuenta de que lo que menos hay es educación, moderación, pru­dencia, saber estar, diálogo...

Esto no hay quien lo pare. La sociedad política, la sociedad a se­cas, la pedagogía, la ciencia, las humanidades y el mínimo del mí­nimo mo­ral van por la pendiente. No hay reglas, no hay más pautas que la del “devora al otro y triunfarás”. No se dice así y no se le da publi­cidad. Pero aquél o aquélla que no las siga será devorado por los otros. Ser un desaprensivo, un estafador, un tima­dor, un falaz y un cabrón es el decálogo no escrito para esta socie­dad amorfa que sólo piensa sin pen­sar, a través de los eslóganes, de las consignas de partidos fascis­tas, de las difundidas en las televisio­nes encanalla­das y esas que dicen tratar del corazón cuando sólo hablan de culos y de lo que excretan los culos.

Nos da igual. Lo único que nos cabe a quienes estamos o quere­mos estar fuera de juego es hacernos invisibles, escaquearnos, re­huir la re­friega, escondernos en parajes desconocidos. Ya hicimos lo que pudi­mos cuando hubo alguna posibilidad de contrarres­tar la ba­sura en distintos ámbitos de nuestra vida… Sin embargo, no deja­mos de recono­cer que tenemos una cierta mala conciencia. Noso­tros somos los padres de estos padres sin orden ni concierto. Noso­tros somos quie­nes, por evitar a nuestros hijos el autoritarismo dictato­rial que mama­mos, fuimos demasiado liberales, demasiado blan­dosy con­fiando demasiado en que el instinto de nuestros hijos e hijas sería un guía más seguro que tanta rigidez e incluso que la ra­zón…

“Nosotros”, los de mi generación, para sentirnos dueños de nuestra vida y nuestra libertad, habremos de ignorar a una sociedad en parte labrada por “nosotros”; hija en buena medida de nuestros errores y debilidades; una sociedad que naufraga por momentos y que llena las salas de espera de psicólogos, de psi­quiatras y de centros de des­in­toxicación hasta que esto sea una co­lectividad mo­ribunda presa fácil de las migraciones de los sanos bár­baros que nos ace­chan. Lo que tantas veces ha sucedido en la historia. “Nosotros” criamos a los cuervos, pero son unos cuervos que no sacan a sus padres los ojos. Se los sacan entre ellos. La supervivencia, la ambi­ción y el vicio les obliga, les arrastra a ello.