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miércoles, 28 de octubre de 2009

Un Madrid de vergüenza hace el ridículo


ÓSCAR GARCÍA | 27/10/2009

Da gusto ver jugar al Alcorcón, un conjunto modesto en presupuesto pero grandísimo en fútbol, actitud, carácter, corazón y sentimiento. Con unos jugadores orgullosos de serlo y de vestir con una dignidad admirable esa camiseta amarilla, solidarios con el compañero. Con esos argumentos, con un juego maravilloso y sin dar una mala patada goleó con toda justicia a un indigno Real Madrid.

De entrada, era de justicia elogiar como se merece al Alcorcón. Equipos y jugadores como estos dignifican el fútbol. Todo lo contrario que el Real Madrid, que fue una ruina, una auténtica vergüenza, una caricatura de equipo, ridiculizado por el sexto clasificado del grupo II de Segunda B. Un desastre total, que exige medidas que deben ir más allá del banquillo, porque aun siendo el entrenador, Manuel Pellegrini, el máximo responsable de lo ocurrido, él no es el único culpable. La imagen que dio el Madrid fue indigna para este club. Dudek, Arbeloa, Albiol, Metzelder, Drenthe, Diarra, Guti, Granero, Van der Vaart, Raúl, Benzema, Gago, Marcelo y Van Nistelrooy protagonizaron una de las páginas más infames en la historia del mejor club del Siglo XX. Y entre ellos el mejor fue el portero polaco Dudek, que evitó una goleada mayor. Todos, absolutamente, todos son miembros de la primera plantilla. Esta vez no hubo experimentos con el filial. Y lo peor es que no se adivinó ninguna capacidad de reacción para detener la hemorragia abierta.

Es inadmisible que unos futbolistas que deberían estar orgullosos y agradecidos de haber sido elegidos para vestir la camiseta del Real Madrid la ensucien de esta manera. El Alcorcón le dio un baile al Madrid, hizo un rondo con el multimillonario equipo blanco, le humilló y pasó por encima de él sin piedad. Y lo logró a base de fútbol, actitud y aptitud. Ni más ni menos.

El Alcorcón salió enchufadísimo, con una presión que ahogó al Madrid, al que le costó una barbaridad sacar el balón jugado desde atrás. Cuando Guti recibía la pelota era rodeado inmediatamente por varios rivales. Si Guti no era capaz de dar una salida coherente al balón, nadie más estaba capacitado para hacerlo. No lo hizo Guti y no lo hizo nadie. Todo el Madrid se fue por un sumidero de humillación.